Relato: Espera

Hace mucho que no cuelgo relatos míos, así que dejo uno por aquí  =)

Érase una vez, hace muchos, muchos años, una figura que esperaba en silencio a orillas del lago como cada tarde; con su sonrisa dulce y la mirada serena, el cabello castaño ondeaba al viento como las aguas en las que cada día se veía reflejada.

Inmóvil sobre una roca cubierta de musgo, recordaba al joven caballero que una mañana la vio nadando en esas mismas aguas pantanosas...

Parecía que habían pasado días, y no eran sino semanas, cuando el chico, que resultó ser un príncipe de lejanas tierras, quedó eclipsado con ella. Nadaba como una culebrilla, ágil y rápida, pero a la vez parsimoniosa, paraba de vez en cuando y sacaba su torso, dejando brillar un par de aritos en sus pechos, mientras se henchía con la luz del sol.

Oyó un chasquido en la orilla, se giró asustada y lo vio allí: un hermoso joven, mirándola como un patán, con los ojos como platos y la bocaza abierta. Se dispuso ella a irse, pero el chico alzó la voz, llamándola y gritando que no la haría daño, mientras daba un paso más hacia el lago y llenaba sus botas de barro… Pero ella no apareció hasta pasada una hora, donde el joven la vio apoyada en una roca, con el cabello cayendo por su espalda y cubriéndola de rizos indómitos. Cuando se disponía a acercarse, entornó los ojos fijándose en su espalda, curva y preciosa, llena de gotitas brillantes… y con una pequeña ¿aleta?

La chica se giró, sin moverse esta vez, le miró desafiante mientras subía a la piedra y dejaba ver cómo sus caderas desnudas comenzaban a escamarse y terminaban en una hermosa cola de pez. Pese a ello, él quedó prendado de su belleza. La miró desde la orilla, dedicándola bonitas palabras.

Y así, día tras día, el caballero la visitaba. Hablaban de amor, intercambiaban miradas e incluso un par de anillos, bisutería barata, que él llevó como un gesto tierno y que acabaron dejándoles los dedos verdosos.

Un día de otoño, la chica decidió renunciar a todo por el comedido muchacho que la visitaba y le dedicaba bonitas sonrisas y suaves caricias. A cambio de su voz, perdió la cola nacarada, convirtiéndose en humana.

Entusiasmada y aún con algas entre el pelo, marchó a la villa en busca del mozalbete.

Esa tarde el caballero no pudo encontrarla. Tras buscarla por la laguna, encontró entre limo y juncos una enorme cola de pez ensangrentada, las escamas irisadas desgarradas con fiereza.

Cuando desolado y ahogado en lágrimas, el zagal se abrió la garganta, ella se encontraba a las puertas del castillo. A la vez que su cuerpo se posó en silencio y a la espera de su príncipe, en algún sitio del bosque una espada caía al suelo con un sordo ruido metálico, ensangrentada y seguida del cuerpo de un muchacho bañado en llanto, que se desangraba mientras suspiraba con tristeza, exhalando su último suspiro. Y en él el nombre de su amada.

Caía la noche, la chica seguía esperando, oculta entre arbustos, cuando vio a la guardia real portando el cadáver del príncipe, envuelto en un capote. Un bulto anónimo.

Esperó y esperó durante muchas horas. Pasó la noche y hasta una semana, llorando en silencio en la puerta del castillo, convencida de haber sido traicionada.

Regresó al lago, abatida y quejumbrosa, convirtiéndose nuevamente en sirena.

Y desde entonces aguarda, con su anillo de cobre y su dedo glauco, todavía muda, cubierta de lodo y liquen, la llegada de otro joven caballero… en quien vengar su abandono.

*La imagen la he sacado de Google